Había una vez en la provincia del Chaco en Argentina un
un hombre bueno y trabajador llamado Crespin. Crespin estaba casado con una mujer mas joven que el llamada Durmisa que le encantaba salir de parranda y siempre buscaba una esc usa para salir de fiesta donde pudiera disfrutar de la música y del Baile. Durmisa siempre estaba atenta a todo lo que pudiera convertirse en fiesta para arreglarse y salir a divertirse y cuando se avisaba una fiesta inmediatamente se presentaba en el lugar y generalmente bailaba hasta altas horas de la noche y muchas veces hasta que el solia en el horizonte.
En cambio Crespin era un tranquilo y sosegado que lo único que le importaba era poder salir a trabajar para mantener su casa y los lujos que su esposa Durmisa requeria.
En aquel año en particular la región había sido bendecida con buenas lluvias y las zonas de cultivos estaban llenas de todo tipo de cultivos.
Crespin que tenia una parcela relativamente grande y como era tan buen sembrador, sabia que en la época de cosecha tendría que esforzarse más de lo acostumbrado y tendría que dejar su casa cuando despuntaba el sol y muchas veces regresar cuando ya la noche había caído. Era todo necesario para poder cosechar las siembras antes de que se echaran a perder. Y asi completar la siega y la trilla a tiempo para llevarla al mercado.
Despues de semanas de dura labor en el campo, Crespin se sintió una noche enfermo y cansado y sus huesos y musculos no lo podían siquiera sostener. Cuando cruzo la puerta, su esposa Durmisa ni lo voltio a mirar y simplemente siguió preparando la comida de aquella noche.
Con el pasar de las horas Crespin se fue sintiendo peor y desde la cama llamo a su esposa y le pidió que fuera a buscar alguna medicina al pueblo ya que su cuerpo adolorido necesitaba algo que le bajara la fiebre. Durmisa salió a regañadientes hacia el pueblo, pero de camino oyo música y jolgorio en una de las haciendas cercanas donde los dueños y los campesinos que allí trabajaban se habían reunido para festejar el final de la cosecha.
Cuando cruzo el umbral de aquella hacienda vio que un gran festin se había armado y que todos estaban felices tomando, comiendo. Ademas habían contratado un grupo musical y todos estaban bailando al son de los instrumentos musicales que tocaban una zamba de la región. Durmisa que realmente no podía resistir la tentación del baile y la fiesta, se olvido de su propósito de ir a buscare los remedios para Crespin y simplemente se incorporo a la fiesta.
Pasaban las horas y Durmisa que se había olvidado de su esposo enfermo, bailaba y cantaba siendo la mas animada de la fiesta. De pronto en medio de el baile, un hombre que vivía cerca a su casa se acerco y le dijo al oído que había escuchado ruidos en la casa de Crespin y que había ido a ver que pasaba. El hombre había encontrado a Crespin tirado en la sala con mucha fiebre y que le había pedido que la buscara para que le trajera los remedios que el necesitaba.
Durmisa, enbriagada por el licor, el baile y la música simplemente dijo.
La vida es corta para bailar y larga para llorar y sin mediar otra palabra se incorporo a la ronda de baile que se había formado.
Momentos mas tarde la esposa de aquel vecino que le había advertido sobre el estado de salud de su esposo Crespin llego a la fiesta e interrumpiendo a Durmisa le advirtió que Crespin estaba muribundo y que había perdido el sentido.
Durmisa de nuevo se hizo la desentendida y dijo Ya abra tiempo para llorar y siguió bailando.
Al salir el sol Durmisa salió de aquella hacienda rumbo a su casa y en su aturdimiento no noto que en la puerta de el cementerio los vecinos estaban llevando a enterrar el cuerpo sin vida de su esposo Crespin que había