Había una vez un ermitaño que vivía en la ladera de una escarpada montaña de la india. El ermitaño, un hombre ya de avanzada edad, con sus cabellos blancos y su rostro arrugado vivía allí desde hacia más de 60 años y gracias a la meditación había podido desarrollar un sinnúmero de poderes que los mortales no podían realizar.
S mente continuaba siendo ágil y dinámica y debido a su constante práctica de ejercicios mañanero su cuerpo era tan flexible como el de un joven 60 años más joven. Sometiéndose a toda suerte de disciplinas el ermitaño , había obtenido un asombroso dominio sobre las fuerzas de la naturaleza y las fuerzas divinas.
Su mente era capaz de levantar objetos y transportarlos a otro lugar, era capaz de convertir un metal en otro y era capaz de comunicarse telepáticamente con otros seres. Era un prodigio.
Pero, a pesar de ello, aquel hombre tenia una debilidad que era consecuencia de su propia apreciación de sus habilidades sobrenaturales. Nunca se había podido deshacer de su Ego. Se consideraba superior a todos en el mundo y la humildad nunca había llegado a su alma.
un día Yama el señor de la muerte del Tibet decidió que era hora de llamar a su presencia aquel viejo ermitaño y envió un emisario para que recogiera el cuerpo y el alma de aquel hombre y lo trajera a su presencia. El emisario rápidamente empaco sus cosas y comenzó su viaje hasta aquella lejana montaña donde vivía el ermitaño, cuando el emisario de Yama comenzaba a subir la escarpada montaña, el ermitaño con su fina clarividencia detecto su presencia y adivino sus intenciones y no dispuesto a que se lo llevaran al inframundo, uso uno de sus más avanzados poderes. La ubicuidad. De esta manera proyecto 39 formas idénticas a la suya. Cuando el emisario de la muerte entro en su cueva en la montaña vio que había 40 cuerpos iguales distribuidos por toda la cueva. Todos ellos con la figura y las maneras de aquel ermitaño. Confundido y sin saber que hacer, el emisario de Yama dio media vuelta y maldiciendo se regreso hasta el inframundo donde se encontraba Yama.
Frente al dios de la muerte, le explico que había sucedido y como el ermitaño lo había engañado hasta tal punto que le era imposible escoger uno de los cuerpos para traérselo consigo. El Dios Yama que había visto todo y todo lo comprendía, se acerco a su emisario y le dio unas breves instrucciones. El emisario sonrió y deseoso comenzó el camino de regreso donde el ermitaño.
De nuevo el ermitaño presintió la llegada del emisario de la muerte y seguro de si mismo simplemente decidió repetir la hazaña y crear 39 copias del mismo para de nuevo confundir aquel ser que venia por el.
De nuevo 40 cuerpos idénticos lo esperaban en las profundas entrañas de la cueva y el emisario se plantó frente a ellos diciendo.
Veo que de nuevo están todos ustedes reunidos para que yo no pueda reconocer quien es el ermitaño verdadero. Y prendiendo una antorcha comenzó a recorrer uno a uno los 40 cuerpos y después de recorrerlos todos dijo.
Muy buen trabajo. Ciertamente cualquiera que sea el verdadero realmente tiene muy bien desarrollado el poder de la ubicuidad y debo felicitarlo. Pero también he de decir que en los detalles esta la perdición.
Después de haber recorrido todos y cada uno de ellos puedo determinar que por perfectos que sean siempre hay algún pequeño fallo en la reproducción y este fallo salto a mi vista entrenada inmediatamente.
Al oír esto el ermitaño se sintió herido en su orgullo y dejando que su ego hablara por el dijo.
No es posible. Dígame inmediatamente cuál es el defecto si es que existe.
El emisario sonrió y dijo.
Este es el defecto. Su ego lo ha delatado y