Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

406. El ataud de Ayaviri (Leyenda del Perú)

November 14, 2022 Juan David Betancur Fernandez Season 5 Episode 39
Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda
406. El ataud de Ayaviri (Leyenda del Perú)
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Había una vez, en el siglo XVIII, en lo que hoy es la provincia de Melgar, Perú, un pueblo llamado Ayaviri. Este bello pueblo enclavado en una planicie bordeada por algunas colinas  cuenta  con una bella iglesia colonial construida a finales del siglo XVII, llamada la catedral de San Francisco de ayaviri. La Catetral con sus dos torreones de piedra es una joya conservada por el tiempo. En dicha catedral con vista a la plaza de armas desde épocas inmemoriables se conservaba una ataud de madera rustica y de muy pobre factura. Este ataud, sin adornos, tenia un solo propósito. Era mantenido en el interior de la catedral para servir de medio de transporte  de aquellos que morían y que eran tan pobres que no podrían costearse un ataud propio. 

 

En las noches del siglo XVIII cuando la única luz disponible era la de algunas cuantas lamparas de aceite, las noches sin luna era tan oscura que poco o nada podía observarse y durante algunas noches la luz de la luna solo servia para aumentar el misterio a partir de las sombras. Cuentan los habitantes de Ayaviri, que algunas noches pasada la medianoche se podía escuchar un ruido macabro que recorria las calles empedradas de aquel pueblo. Por falta de luz y por el frio de la noche, los habitantes no se atrevían a salir a verificar que era lo que sonaba, pero desde hace muchos años se tenia por cierto que aquel sonido de ultratumba se debia a aquel feretro que vivía en la catedral. 

 

Se decía que aquel feretro salia a recorrer las calles del pueblo y que deambulando por ellas llegaba hasta la casa de quien en pocos días habría de morir. La leyenda de aquel feretro ambulante pasaba de generación en generación pero nadie la podía confirmar. Al menos hasta aquella noche. Cuentan que una noche un habitante del pueblo decidió confirmar por el mismo si la leyenda era real y para ello se subio a lo alto del campanario. Allí se instalo esperando que las campanas de la iglesia dieran las doce. De su lugar privilegiado podía observar en aquel noche de luna llena, las sombras de la plaza de armas y las calles desiertas. De pronto escucho el sonido de madera crujiente y entre sombras y luces pudo ver que el feretro de madera salia de la puerta de la catedral y se dirigía hacia la plaza de armas. Alarmado toco con fuerza la campana que tenia sobre sus hombros en aquella torre y al tañir de la campana vio como el feretro retrocedia y se internaba en la iglesia. Al rato volvió a sentir el sonido de madera crujiente y vio de nuevo el feretro saliendo. De nuevo toco la campana y el feretro regreso por segunda vez desandando el camino que había tomado. Luego después de un rato, sintió de nuevo el crujir pero esta vez, el osado muchacho decidió seguir el feretro y no asustarlo con el sonar de la campana. Desde el atrio de entrada a la iglesia vio como la imagen oscura de aquel feretro daba la vuelta en el marco de la plaza de armas y valientemente corrio hasta allí. Lo pudo divisar de nuevo y lo siguió por varias calles, escuchando siempre el vibrar y crujir de la madera. 

 

Finalmente vio como el feretro se detenia ante una humilde casa y de allí se regresaba de nuevo hasta la iglesia de donde había salido. Extrañado por lo que había podido presencial el joven no revelo a nadie, pero menos de una semana después, se entero que uno de los habitantes de aquella casa que había visitado el feretro había muerto y al día siguiente los portadores de caridad habían llevado el feretro en sus hombros para recoger al muerto y llevarlo a la iglesia y luego al cementerio. Después de depositar los restos el feretro fue devuelto a la catedral para que allí esperara la próxima muerte. 

Desde esas épocas fue claro en el pueblo de Ayaviri que cuando se escuchaba el traquear de madera en la noches oscuras era el ataud ambulante que salia a recorrer el trayecto desde la catedral hasta la casa del que moriría prontamente. Y por obvias ra