Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

251. La virgen de la Candelaria (Leyenda islas canarias)

April 05, 2021 Juan Betancur Season 3 Episode 47
Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda
251. La virgen de la Candelaria (Leyenda islas canarias)
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Hoy tenemos una leyenda sobre una de las vírgenes mas venerada en el mundo católico. La virgen de la Candelaria. 

Había una vez en Tenerife una tribu indígena llamada por los españoles Guanches.  

Corria el final del siglo 14 y Un día un grupos de pastores guanches , que lleva­ban todos los días a sus rebaños a beber a los manantiales de la playa de Chinisay,vieron como su ganado no quería avanzar y al adelantarse a inspeccionar la playa vieron una figura de madera de una mujer morena con un niño en sus brazos  y un velon en la mano. 

La imagen era de madera y los ingenuos guan­ches pensaron si la habían arrojado al mar era porque tendría algún maleficio que ahora podría dañarlos a ellos.

Uno de ellos tomo de la arena un tronco muy grande y redondo lo arrojó rudamente sobre la figura, pero al momento de lanzar el tronco dio un gemido doloroso y dejó caer a lo largo del cuerpo su brazo como si estuviera roto. Todos los presentes se sobre-cogieron, pero otro de los pastores quiso dárselas de valiente y, sacando una daga le lanzo el arma contra ella con tan mala suerte que la hoja se escurrio de sus dejándole una dolorosa herida.

Aterrados todos ante este segundo hecho huyeron, temiendo que la imagen los persiguiera.

Se enteró de lo sucedido el príncipe Guanche llamado Mencey y  a la cabeza de sus fuertes guerreros, llego hasta la playa donde estaba la imagen

Cuando la vio sintió una dulce sensación de paz, producida por su maravillosa hermosura; tenía el bello rostro luminosos reflejos, que le daban sobrenatural expresión de bondad y miseri­cordia; 

Admirado el príncipe por la extraña maravilla vio como . El hombre cuyo brazo se había dislocado se acercó tímidamente, levantó la mano sana y rozó suavemente con sus dedos la túnica de la imagen: al momento sanó el brazo, recobrando su posición normal. Inducido por esta súbita curación se acercó también el que tenía la mano herida y al momento quedó curada de la misma manera milagrosa.

Lo guanches se postraron a los pies de la bella imagen, con muestras de sumisión y respeto. Estaban convencidos de que poseía un misterioso y secreto poder; que se la habían envia­do sus dioses para que iluminase sus oscuras inteli­gencias.

El príncipe Designó la gruta de Atbinico, próxi­ma al lugar, para guardar aquella Virgen, que iba a derramar sobre toda la isla las bendiciones. Tenían que darle un nombre para honrarla y perpetuar su recuerdo y como si Ella misma quisiera indicar el que deseaba que le dieran, ella misma encendió la luz de su Velon y por ello recibió la denomina­ción de Santa Virgen de la Luz.

Pasado un año llegaron a Fuerteventura los hombres de un navío genovés, que había hecho escala en Tenerife, y explicaron a los españoles la existencia de aquella Virgen, que habían visto con sus propios ojos.

Llegó el relato a oídos del dueño de la isla, don Diego de Herrera, 

sintió una gran indignación al pensar que una sagrada imagen de la Virgen María se encontrase en poder de unos paganos.

Si lo que le decían era cierto, él tenía la obliga­ción de rescatarla de aquellas manos guanches y llevarla a Fuerteventura, donde dispondría de un altar para colocarla y darle el debido culto como Madre de Dios.

Y fue su hijo Sancho, mozo de veintiséis años, fuerte y valeroso, ambicioso de aventuras que le dieran gloria ante los hombres y ante Dios, quien se ofreció, lleno de entusiasmo, para realizar la em­presa.

El mismo príncipe Mencey recibió al mancebo y le acompañó a la gruta de Atbinico donde estaba la milagrosa imagen, pero cuando don Sancho mani­festó su pretensión de llevarla consigo, el jefe de los guanches le dio la más rotunda negativa.

La sagrada Virgen había realizado numerosos milagros en la isla; por su divina intervención habían sanado enfermos, desaparecido frecuentes epidemias, desencadenado bienhechores aguaceros, cuando se lo habían rogado. L