Habia una vez en la antigua china cuando el honor era el tesoro más preciado de los hombres, una gran cantidad de dragones .
habia tantos que ya se hablaba de "peste". Estos animales fabulosos volaban en los cielos tal como lo hacen las águilas entre los rayos del sol.
La gente comenzó a perseguirlos para cazarlos y poco a poco, uno a uno, los dragones fueron cayendo derrotados. Sin embargo, la idea de la abundancia de dragones aún continuaba en las mentes de las personas, aunque ya hacía algún tiempo que no se veía ninguno, ni en las aguas, ni en el cielo, ni en la tierra.
Y fue por ese entonces que el Emperador de la China tuvo un sueño muy extraño y curioso. En aquellos tiempos se creía que los sueños eran el medio de comunicación por excelencia de los dioses y los espíritus. El Emperador sabía que estaba soñando, por lo tanto prestó mucha atención a lo que sucedía.
En el sueño, él caminaba por un hermoso parque lleno de árboles floridos. Los rayos del sol se colaban por entre el follaje y creaban cortinas, de luz que el Emperador iba atravesando en su caminata. El trino de los pájaros era muy agradable y una leve brisa fresca parecía llenar sus pulmones de aire puro. El césped que pisaba era verde y blando, suave como la mejor seda, y una ininensa alegría crecía a cada paso en su corazón.
De pronto, de entre el medio de los árboles, una gigantesca cabeza le habló:
-Solicito su protección, honorable Emperador.
El hombre se detuvo y observó el rostro que le hablaba: ¡era un dragón! Sus colores parecían cambiar entre el rojo y el dorado, como si estuviera hecho de fuego y oro.
-¡Habla! -exclamó el Emperador.
-Solicito vuestra protección, ya que nunca hice daño en vuestras tierras; sin embargo, sé que mañana, antes que el sol se oculte, vuestro Primer Ministro me matará.
El Emperador no le preguntó al dragón cómo podía saber eso. (En la antigüedad la intuición del hombre era tanto o más respetada que sus acciones o pensamientos racionales.) También sabía que no podía dar su palabra, pues no podía poner su honor en juego ante la posibilidad de que el dragón estuviera tramando alguna argucia. Por eso, antes de responderle lo miró con detenimiento de arriba abajo un buen rato. Observó las largas barbas de la criatura, y sus cuernos, sus colmillos y su lengua bífida.
Nada de lo que el Emperador veía en esa criatura fantástica le daba la sensación de que ésta mereciera su protección, hasta que vio sus ojos. En aquellos ojos la sabiduría brillaba como los dorados rayos del sol.
-Tienes mi palabra -le dijo, entonces, el Emperador.
El dragón pareció sonreír y el Emperador despertó. Inmediata-mente mandó a llamar a su Primer Ministro, que llegó apurado. El Emperador lo miró de arriba abajo y le ordenó:
-Juega ajedrez conmigo.
-¿Aquí, honorable señor?
El Emperador pensó por unos instantes y finalmente dijo:
-En el jardín.
Los sirvientes dispusieron todo para la mayor comodidad de los dos hombres y pronto éstos comenzaron a jugar.
Ambos contendientes eran excelentes jugadores y meditaban muy bien antes de mover cualquier pieza. Y lo que en un principio era sólo un medio de mantener distraído a su Primer Ministro para que no se cumpliera el vaticinio del dragón del sueño, luego se convirtió en un verdadero desafío para el Emperador y quiso derrotarlo en el juego.
En un momento, el Emperador tenía sus piezas en una situación riesgosa y se tomó su tiempo para elaborar la estrategia adecuada que le permitiera alzarse con la victoria.
Y de pronto, un gran golpe sacudió toda la tierra.
El Emperador miró de inmediato hacia el lugar desde donde parecía haber provenido semejante impacto y luego hacia el rostro del Primer Ministro, que acababa de abrir rápidamente los ojos, pues se había quedado dormido esperando la jugada de su señor.
Los guardias corrieron hacia el lugar del golpe, al que