Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda
Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda
566. La fiesta en el pantano (inglaterra)
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Juan David Betancur
elnarrodororal@gmail.com
Había una vez un rincón apartado del mundo, donde el crepúsculo se entrelaza con las sombras y los susurros del pantano, vivía un joven granjero de corazón valiente llamado William Noy. Su vida transcurría entre los campos dorados y los cielos azules, pero una noche, bajo el manto de estrellas centelleantes, William se aventuró más allá de lo conocido.
Con la luna llena como su única guía, se dirigió a la taberna del pueblo para adquirir la bebida que animaría la Fiesta de la Cosecha. Los vecinos lo observaron alejarse, su silueta recortándose contra el resplandor de las luces del pueblo, pero nunca llegó a su destino.
Tres días pasaron, y la preocupación se extendió como la bruma matinal. Los aldeanos, armados con antorchas y esperanza, peinaron el campo y el bosque, pero fue el pantano, con sus secretos y peligros, el que finalmente reveló el misterio de su desaparición.
Guiados por los ladridos desesperados de un perro y los relinchos de un caballo, los aldeanos encontraron a los fieles compañeros de William atados a un arbusto. El caballo, saciado de los pastos verdes que lo rodeaban, y el perro, flaco y débil, los llevaron hasta un establo en ruinas. Allí yacía William, sumido en un sueño tan profundo que parecía encantado, ajeno al mundo que lo rodeaba.
Al despertar, los ojos de William reflejaban la confusión de quien ha caminado entre sueños y realidad. Con voz temblorosa, comenzó a relatar su aventura, una historia que desafiaba la razón y la lógica.
Habló de cómo, tras dejar la taberna, decidió tomar un atajo a través del pantano. La oscuridad era densa, y el camino familiar se tornó extraño y desconocido. Entonces, como un faro en la noche, vio luces y escuchó música a lo lejos. Pensó que había encontrado una granja vecina en plena celebración, pero su caballo se resistía a avanzar, y su perro ladraba frenéticamente.
Ignorando las señales de peligro, William ató su caballo y siguió a pie, atraído por la promesa de risas y alegría. Atravesó un huerto y se encontró ante una escena que parecía sacada de un cuento de hadas: una fiesta espléndida, con invitados diminutos bailando y disfrutando de un banquete bajo la luz de las antorchas.
una joven destacaba entre la multitud, su estatura y su pandereta resonando con una melodía que parecía llamar a las estrellas. Pero la música se detuvo abruptamente cuando le ordenaron buscar más bebidas para los invitados. William, cautivado por la festividad, deseaba unirse a ellos, pero la joven lo advirtió con una mirada y un gesto silencioso para que se alejara.
En la penumbra del huerto, lejos del resplandor festivo, la joven se reveló ante William. Era Grace, su amada, quien había sido tragada por la tierra años atrás. “Gracias a los cielos que pude detenerte a tiempo, mi querido Will,” susurró ella, su voz un eco de un amor perdido. “De lo contrario, te hubieras convertido en uno de ellos, atrapado en este hechizo eterno como yo.”
William, movido por el deseo de abrazarla, se encontró con la súplica de Grace de mantenerse intacto, de no probar alimento ni bebida, para que pudiera regresar al mundo de los vivos. “Fui seducida por el fruto de este huerto mágico,” confesó Grace, “y lo que enterraron en mi lugar no fue más que una sombra de mí, una ilusión creada por las hadas.”
Las voces de los seres diminutos interrumpieron su encuentro, reclamando más sidra y cerveza.
“Desearía probar esa sidra también”, expresó William Noy con anhelo. “Jamás te la traería, ni por asomo. Por el bien de tu vida, evita incluso rozar una sola flor aquí”, advirtió Grace con severidad.
Tras atender a los invitados, Grace regresó apresuradamente para continuar