
Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda
Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda
633. El corazon del Sotoportego del Petri (leyenda venecia)
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Juan David Betancur Fernandez
elnarradororal@gmail.com
Había una vez en Venecia un pescador llamado orio es una ciudad de secretos y sombras, de amores imposibles y promesas rotas. En el laberinto de sus callejuelas, hay un lugar donde los susurros del pasado aún resuenan: el Sotoportego del Preti, un pasaje cubierto cerca de la iglesia de Santa Marina. En su muro de piedra desgastada, un ladrillo rojo en forma de corazón destaca entre los demás, un testimonio silencioso de un amor condenado: el amor de Orio y Menusina.
Orio era un pescador veneciano, humilde y solitario, que pasaba sus días entre las aguas de la laguna y los mercados de Rialto. Había perdido a su familia en una tormenta y, desde entonces, su única compañía era el mar. Aunque muchas mujeres lo miraban con interés, él soñaba con un amor que sintiera en lo más profundo de su alma.
Una noche de otoño, mientras regresaba en su góndola bajo la luz de la luna, vio a una mujer sentada en los escalones de piedra del Sotoportego del Preti. Su cabello negro caía en suaves ondas sobre sus hombros y su piel era tan pálida como la luz reflejada en los canales. Vestía un elegante traje de terciopelo azul oscuro y sus ojos brillaban como dos estrellas atrapadas en la penumbra.
—¿Estás perdida, madonna? —preguntó Orio, deteniéndose junto a ella.
La mujer alzó la vista y lo observó con tristeza.
—No estoy perdida, pero tampoco soy libre —respondió en un susurro—. Mi nombre es Menusina.
Orio quedó hechizado por su belleza y misterio. Desde aquella noche, regresó al mismo lugar y encontró a Menusina esperándolo. Hablaban durante horas, paseaban juntos por los canales y, poco a poco, el pescador se enamoró de ella.
Finalmente, le pidió que fuera su esposa.
Menusina aceptó, pero con una única condición:
—Cada viernes al anochecer, debo desaparecer hasta el amanecer. No puedes seguirme, no puedes preguntarme a dónde voy ni intentar descubrir mi secreto. Si lo haces, me perderás para siempre.
Orio, cegado por el amor, juró que respetaría su deseo.
Durante meses, vivieron en una felicidad aparente. Menusina llenó la vida de Orio de amor y alegría, y él creyó haber encontrado en ella su destino. Sin embargo, cada viernes al caer la noche, su esposa desaparecía sin dar explicaciones.
Los vecinos murmuraban.
—No es una mujer como las demás —decían—. Algo oscuro la acompaña.
La duda comenzó a roer el corazón de Orio. ¿Qué le ocultaba Menusina? ¿Era realmente suya, o pertenecía a otro mundo?
Una noche de viernes, incapaz de resistir más la incertidumbre, decidió seguirla.
Siguiendo las sombras de Venecia, Orio vio a Menusina dirigirse de nuevo al Sotoportego del Preti. Allí, bajo la tenue luz de un farol, se arrodilló frente a un ladrillo rojo en forma de corazón incrustado en la pared de piedra.
Orio, oculto entre las sombras, contuvo la respiración mientras su esposa apoyaba las manos sobre la piedra y susurraba palabras en un idioma desconocido.
De pronto, el ladrillo comenzó a brillar con un resplandor carmesí. La piedra pareció temblar, y una sombra oscura emergió de la pared, como si algo aguardara desde el otro lado.
—Has vuelto, Menusina… El pacto no puede romperse.
La voz no era humana. Era profunda, gutural, como el eco de un pozo sin fondo.
Orio sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
En ese momento, Menusina giró y lo vio.
Su rostro se llenó de desesperación.
—¡No! ¡Orio, me seguiste! —gritó con angustia—. ¡Has roto tu promesa!
La sombra creció y se extendió hacia ella.
—Él ha descubierto la verdad. Ahora, tu dest