Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

667. El Juez Corrupto (Egipto)

Juan David Betancur Fernandez Season 7 Episode 95

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Juan David Betancur Fernandez
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En la antigua ciudad de El Cairo, donde las calles bullían de comerciantes, mendigos, sabios y charlatanes, vivía un cadí —un juez— que era la vergüenza de toda la ciudad. No había justicia que no se pudiera comprar con unas monedas, ni sentencia que no se pudiera torcer con un buen soborno. Era un hombre sin escrúpulos, hábil en el arte de la trampa y la mentira.

Su fama de corrupto llegó tan lejos que un día fue destituido de su cargo. Sin el poder del tribunal, y sin ninguna intención de trabajar honestamente, se encontró en la miseria. Solo le quedaba un esclavo: Mubárik, un pícaro de lengua afilada y mente rápida, tan tramposo como su amo.

Un día, desesperado por conseguir dinero, el cadí le dijo a Mubárik:

—Sal a la calle y busca a alguien que necesite resolver un pleito. Aún hay quienes no saben que ya no soy juez. ¡Podemos sacarles unas monedas!

Mubárik, que ya había hecho ese tipo de encargos, ideó un plan: provocaría a alguien rico, fingiría ser la víctima y lo llevaría ante su amo para sacarle dinero. Vio venir a un caballero elegante, apoyado en su bastón, y le hizo una zancadilla. El hombre cayó en un charco de barro. Furioso, se levantó, pero al reconocer a Mubárik como esclavo del cadí, prefirió evitar problemas.

—¡Así Alá ahuyente a Satán! —murmuró, y se marchó.

Mubárik comprendió que su plan no funcionaría: los que sabían que el cadí ya no era juez no caerían, y los que no lo sabían, le temerían. Mientras pensaba en otra trampa, vio pasar a un criado con una fuente en la cabeza. Llevaba un pato relleno, adornado con berenjenas, tomates y pepinillos. En aquella época, muchos no tenían horno en casa y llevaban su comida a hornear a panaderías.

El criado dejó la fuente en el horno y dijo que volvería en una hora. Mubárik, que no podía quitarle los ojos al pato, se acercó al hornero y le dijo:

—Entrégame ese pato. Es de mi amo.

-¡Pero ese pato no es de tu amo! -dijo el hornero, que lo conocía bien.

-¡Cómo que no! -se indignó Mubárik. Si yo mismo crié a su madre pata, la vi poner el huevo, contemplé como mi patito rompía el cascarón y lo cebé hasta que estuvo lo bastante grande. ¡Yo mismo lo sacrifiqué y lo rellené y lo adorné con verduras!

-Por Alá que me has convencido -dijo el dueño del horno. Pero ¿qué le digo a la persona que me lo trajo cuando lo venga a buscar?

-No vendrá -aseguró muy suelto Mubárik. Es uno de nuestros criados y ahora está haciendo otro encargo. Por eso me han enviado a mí. Quien te trajo el pato es un hombre muy bromista, siempre dispuesto a reírse. Si llegara a venir, (por error, claro) le dirás que al meter la fuente en el horno, el pato dio un salto y graznando como loco se echó a volar y se escapó. ¡Ya verás cómo se divierte!

El dueño del horno no podía parar de reírse con la broma de Mubárik. Sacó el pato, que ya estaba bien dorado, y se lo entregó sin dudar. ¡Qué banquete se dieron Mubárik y su amo con tan delicioso platillo!

Entretanto, el hombre que había entregado la fuente no tardó en volver a buscarlo. Y cuando escuchó la historia de que el pato se había escapado volando, no le hizo ni pizca de gracia. Estaba furioso, acusó al dueño del horno de ladrón y palabra va, palabra viene, terminaron a golpes.

La situación se ponía cada vez más interesante y rápidamente se formó un corrillo de curiosos que no querían perderse la pelea. Entre ellos había una mujer embarazada. El dueño del horno tomó impulso para pegarle a su rival, el criado lo esquivó y la pobre mujer terminó recibiendo un puñetazo en pleno vientre.

Algún comedido corrió a contarle a su marido lo que había pasado. El hombre tomó un g

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