
Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda
Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda
668. La gran mentira
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Juan David Betancur Fernandez
elnarradororal@gmail.com
Habia una vez En una ciudad lejana de un país muy lejano, tres hombres que venían de tres lugares diferentes de la Tierra, de pronto en el cruce de tres caminos llegaron al mismo tiempo y se encontraron una moneda de cobre. Primero pensaron en repartírsela en partes iguales, pero uno de ellos observó:
-¿Repartir una moneda de cobre? ¡Sería una lástima! Ya que no valdría para nada lo que obtengamos de ella más bien Demosla a aquel de nosotros que sepa decir la mentira más gorda.
Los otros dos aceptaron y él comenzó, entonces, a contar su historia. Hela aquí:
-Mi tío es guardián de una mezquita. Ayer fui a reunirme con él porque necesitaba decirme algo y ¿qué pensáis que ocurrió? En cuanto nos fuimos a dormir mi tio y yo , se levantó una ventisca que sopló y resoplo cada vez más fuerte hasta que se transformó en un terrible ventarrón casi un huracan. Tan terrible era este viento que, en un momento determinado, toda la ciudad se elevo por los aires , toda la ciudad con sus mezquitas, sus casas, los jardines, las palmeras, las caravanas de camellos y hasta la tierra en la que estaba la ciudad y solamente dejo caer las casas muchos kilómetros lejos de allí. Despertamos por la mañana en nuestra casa y nadie se dio cuenta de nada. Pero yo subí a la torre más alta de la mezquita y, mirando a mi alrededor desde una distancia de varios kilómetros, divisé esta moneda en el cruce de estos 3 caminos así que . He venido aquí a propósito para recogerla ya que ciertamente esta en mi destino que sea mia.
-De ninguna manera -dijo el segundo extranjero. Has contado una mentira muy gorda, pero la mía lo es más aún.
- Veréis, mi abuelo vive en una pequeña aldea costera, donde el mar canta todo el día y las redes de pesca cuelgan como banderas al viento. Es un hombre sabio, de barba blanca y manos curtidas por la sal. Ayer fui a visitarlo, como suelo hacer de vez en cuando, y lo encontré en su cabaña de madera, justo al borde del agua.
Pero esta vez, algo era distinto. La casa estaba impecable: el suelo relucía, las ollas brillaban, y un delicioso aroma a especias flotaba en el aire. Me sorprendí, porque mi abuelo nunca ha sido muy ordenado. Le pregunté qué había pasado, y con una sonrisa traviesa me dijo:
—Tengo una nueva criada.
—¿Una criada? —pregunté, extrañado.
—Sí —respondió—. La pesqué hace diez días.
Y entonces, de la cocina, salió nadando en el aire —como si el agua invisible del mar la envolviera— un pez plateado, con escamas que brillaban como espejos al sol. Tenía ojos grandes y expresivos, y se movía con una gracia que parecía casi humana.
—¿Ese es… tu criada? —balbuceé.
—¡Claro! —dijo mi abuelo, orgulloso—. La he amaestrado. Barre el suelo con su cola, friega los platos con sus aletas, cocina mejor que cualquier chef, y hasta va al mercado. La gente ya se ha acostumbrado a verla nadar por las calles con una cesta en la boca.
No podía creer lo que veía. Pero lo más increíble vino después. Tras una jornada de pesca, regresamos a casa y encontramos la mesa puesta con una comida exquisita: arroz con azafrán, pescado al limón (¡no de su especie, por supuesto!), pan recién horneado y dátiles rellenos de nueces.
Después de comer, el pez subió a la terraza de la casa, donde mi abuelo tiende sus redes. Desde allí, con su aguda vista marina, divisó a varios kilómetros de distancia esta ciudad y una pequeña moneda de cobre en el suelo.
Bajó nadando por el aire y me dijo con voz burbujeante:
—He visto algo brillante en el cruce de tres caminos. Es una moneda de cobre. Ve y cógela. Puede que te sirva para algo.
Y así fue como emprendí el viaje. He ven