Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

669. La Yerba Mate (leyenda Guaraní)

Juan David Betancur Fernandez Season 7 Episode 97

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Juan David Betancur Fernandez
elnarradororal@gmail.com


Había una vez, en un tiempo muy antiguo, un mundo completamente distinto al que conocemos hoy. En aquella Tierra reinaba una paz verdadera. Los dioses y diosas de las selvas, seres sabios y poderosos, cuidaban con amor a los hombres. No solo los protegían, sino que también creaban todo lo necesario para que su vida fuera hermosa y plena.

A estos dioses les encantaba transformarse en humanos. Lo hacían para caminar entre los indios, enseñarles, compartir con ellos y disfrutar de su compañía. Era su forma de mostrar cariño y de mantener el equilibrio entre el cielo y la Tierra.

Una noche serena, la Luna —a quien los guaraníes llaman Yasi, su diosa protectora— decidió pasear por el cielo. Desde lo alto, contemplaba el sueño profundo del bosque. Las aguas se deslizaban en silencio, los árboles dormían, y la montaña vestía su manto azul de noche.

Yasi se deleitaba con la belleza de la selva. Sus rayos plateados iluminaban los ríos, que brillaban como espejos encantados. Las arenas resplandecían como si fueran polvo de estrellas, y los arbustos parecían joyas de plata dormida. Todo respiraba una calma mágica, como si el mundo entero estuviera soñando con ella.

La selva dormía profundamente, envuelta en el suave manto de la noche. Los animalitos del bosque, agotados tras un día de actividad, descansaban en sus escondites secretos. Durante las horas en que el Sol recorría los senderos del cielo, cada criatura tenía una misión que cumplir. Algunos debían recolectar frutos, otros construir nidos, y no faltaban quienes debían cuidar a los más pequeños o vigilar los caminos. Buscar el sustento diario no siempre era fácil, y muchos tenían que ingeniárselas con astucia y paciencia para lograrlo.

En ese momento de calma, la Luna —la diosa Yasi— seguía su camino por el cielo, ya más allá de la mitad de su recorrido nocturno. Su luz plateada acariciaba las copas de los árboles y hacía brillar los ríos como si fueran hilos de cristal.

De pronto, una pequeña nube se acercó flotando suavemente. Era Araí, a quien los guaraníes llaman “pequeño cielo”.

¡Hola, Yasi! —saludó la nube con alegría.
¡Hola, Araí! —respondió la Luna con una sonrisa luminosa—. ¿Qué haces a estas horas por los caminos del cielo?

Debo ir al otro lado del bosque, y como pronto amanecerá, he preferido caminar ahora. No me gusta encontrarme con el Sol. Siempre me deslumbra con su brillo y a veces me hace perder el rumbo.

Está bien, dijo Yasi con dulzura. —Si quieres, te acompaño. Cuando el Sol despierte y comience su viaje, ya estaremos casi al otro lado. Y si nos damos prisa, incluso podremos pasear un rato por allá.

¿Y cómo lo haremos? —preguntó Araí, intrigada.

Muy sencillo —respondió Yasi con picardía—. ¡Nos convertiremos en dos indias!

Los ojos de Araí brillaron de emoción.

¡Qué divertido! Nunca he hecho eso. ¡Me encantaría!

Entonces no hay nada más que hablar. ¡Vamos! —exclamó Yasi.

Y así, entre risas y destellos de magia, la Luna y la pequeña nube descendieron del cielo, dispuestas a vivir una aventura entre los hombres, con el corazón lleno de alegría y el espíritu de la selva guiando sus pasos.

Cuando el Sol hizo su aparición, las sombras de la noche se desvanecieron como si nunca hubieran existido. Sus rayos dorados comenzaron a deslizarse entre las ramas de los árboles, iluminando cada rincón de la selva con su luz cálida y poderosa. El calor, su fiel compañero, salió también de su escondite, extendiéndose por la tierra húmeda, despertando a la vida que dormitaba bajo el rocío.

La humed

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