
Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda
Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda
673. El hojarasquín del Monte (Colombia)
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Juan David Betancur Fernandez
elnarradororal@gmail.com
Había una vez en el centro de las montañas antioqueñas un Pueblo llamado Santa Rosa de Osos donde los habitantes tenia un misterio que cubria a todos ellos. Allí en lo alto de las montañas antioqueñas, donde la neblina baja como un manto espeso al caer la tarde cubriendo las casas con techos de teja roja, mientras las gallinas cruzan las calles empedradas, y los faroles parpadean como si tuvieran miedo de la noche y donde el frio sube siempre acompañado de un manto que cubre el parque principal y la calle que conduce hasta el seminario donde los sacerdotes de la región son educados.
Los habitantes viven tranquilos, pero hay una regla que nadie rompe: nadie entra al bosque que por el sendero viejo conduce hasta el pueblo de entrerios Y mucho menos cuando el sol se esconde detrás del cerro tutelar del pueblo. Y No es por superstición, sino por respeto y el miedo a el hojarrasquin del monte aquel ser legendario que todos conocen.
Don Efraín era un hombre de manos duras y corazón terco. Leñador de toda la vida, conocía cada árbol por su nombre. Pero también tenía fama de arrogante. Decía que el monte era suyo, que los espíritus eran cuentos de viejas, y que el Hojarasquín no era más que una invención para mantener a los niños obedientes.
Una tarde de agosto, cuando el cielo se puso gris como ceniza y el viento dejó de soplar, Don Efraín decidió entrar al bosque por el sendero viejo. Llevaba su machete afilado, una linterna de mano, y un costal para cargar leña. Ignoró las advertencias de doña Lola, la mujer sabia del pueblo que al verlo pasar le dijo con voz temblorosa:
—Ese sendero no se pisa sin permiso. El monte tiene memoria, y el Hojarasquín no perdona.
Don Efraín se rió, escupió al suelo y se perdió entre los árboles.
Además aquella tarde Don Efraín cometio un error aún más grave. Entro al monte por el camino de Riogrande y debido a el afán que tenía para llegar a lo profundo del bosque antes de que el sol se ocultara no dejo ninguna ofrenda en la piedra de los rezos, como todo caminante lo hace, para congraciarse con la virgen para que los proteja o simplemente como señal de humildad ante el hojarrasquin del monte.
Apenas entro a el bosque las campanas de la basílica se oyeron sonar llamando a misa o simplemente como una advertencia a Don Efrain que no quería reconocer lo que podía sucederle.
Esa noche, el pueblo se quedó sin sueño. Los perros aullaban mirando hacia el monte. Las gallinas no se subieron a dormir. Y en la plaza, el farol del centro parpadeaba como si algo lo soplara desde lejos. Don Efrain no había regresado de su aventura y todos se miraban entre si sin saber que hacer. Nadie se atrevia entrar al bosque ya oscuro y todos sentían que debian esperar el amanecer para iniciar la búsqueda.
Durante la noche alguien… un forastero que venia de la ciudad a visitar a su abuela pregunto. Y quien es el hojarrasquin del monte del que ustedes hablan.
Todos los allí presentes en la plaza del pueblo lo miraron extranado y Dona Lola con voz baja le contesto.
Mijito El hojarrasquin No es hombre ni una bestia, pero tiene algo de los dos. Su cuerpo es como un tronco viejo, cubierto de hojas secas, bejucos y musgo, y sus ojos brillan como brasas cuando se enoja.
Nadie sabe de dónde salió, pero nuestros antepasados cuentan que nació del dolor de los árboles talados sin razón, del llanto de los animales cazados por deporte, y del silencio que dejó el río cuando lo contaminaron. El monte, cansado de tanto abuso, lo creó para que lo defendiera. El Hojarasquín no habla, pero se hace entender. Cuando alguien entra al bosque con malas intenciones —a tumbar ár