Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda
Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda
713. La llave
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Juan David Betancur Fernandez
elnarradororal@gmail.com
Había una vez en En el principio de las eras una divinidad que vivía en la inmensidad del silencio en esos tiempos .era luz, era conciencia, pero también sentía el peso de una soledad infinita. No había voces que le respondieran, ni miradas que compartieran su eternidad. Entonces, movido por un deseo puro de compañía, decidió crear seres que pudieran reflejar su esencia y llenar el vacío de su existencia.
Así nacieron los primeros seres: luminosos, perfectos, plenos de armonía. Durante un tiempo, todo fue gozo. El ser Divino los contemplaba y ellos, en su inocencia, danzaban en la luz. Pero un día, aquellos seres descubrieron algo inesperado: la llave de la felicidad. Era un símbolo, un conocimiento secreto que les mostraba el camino de regreso al origen. Uno tras otro, siguieron ese sendero y se fundieron nuevamente con el Divino, como gotas que vuelven al océano.
El ser Divino quedó solo otra vez. Una tristeza profunda lo envolvió, porque había creado para compartir, no para perder. Reflexionó largamente. Si volvía a crear, ¿no ocurriría lo mismo? ¿No encontrarían también el camino y lo dejarían en la misma soledad?
Entonces surgió una idea audaz: crear al ser humano. Pero esta vez debía asegurarse de que la llave de la felicidad no fuera hallada tan fácilmente. Si el hombre la encontraba, todo volvería al punto inicial. ¿Dónde ocultarla? Esa pregunta lo desveló.
Primero pensó en el fondo del mar, en las regiones más oscuras donde ni la luz penetra. Pero imaginó al hombre, curioso, descendiendo con máquinas y luces hasta lo más profundo. No, allí no estaría segura.
Luego pensó en una caverna secreta en los Himalayas, entre glaciares y nieblas eternas. Pero también vio al hombre escalando montañas, conquistando cumbres, explorando cada rincón. Tampoco era el lugar.
Después miró hacia el espacio sideral, hacia los confines donde las estrellas apenas titilan. ¿Y si la escondía allí? Pero el Divino conocía la sed infinita del hombre por descubrir, por viajar más allá de los límites. Algún día, también llegaría allí.
Pasó la noche en vela, sumido en una meditación sin fin. ¿Dónde ocultar la llave para que el hombre no la busque? ¿Dónde ponerla para que, aun teniéndola cerca, no la vea? Cuando el amanecer comenzó a disipar la bruma, la respuesta surgió como un relámpago:
“La esconderé dentro del hombre mismo.”
Allí, en lo más profundo de su ser, donde rara vez mira, donde casi nunca busca. En su corazón, en su conciencia, en ese espacio íntimo que se revela solo cuando deja de mirar afuera. Y así lo hizo: creó al ser humano y colocó en su interior la llave de la felicidad.
Desde entonces, el hombre la lleva consigo, sin saberlo. La busca en mares, en montañas, en estrellas, sin sospechar que siempre ha estado dentro de él.